martes, 10 de junio de 2014

¿POR QUÉ NO LA III REPÚBLICA?

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Una abdicación no se da todos los días. Por ello, en la renuncia de Juan Carlos I en la persona de su hijo el Príncipe de Asturias, futuro Felipe VI, hay más motivos que el evidente deterioro de la salud física del Borbón saliente. ¿Acaso la corrupción que se ha extendido como una mancha de aceite por parte del tejido social y político y que ha penetrado en el seno de la Casa Real no ha tenido nada que ver? ¿Acaso no ha influido en ello el notable avance de la izquierda en las pasadas elecciones europeas, lo que demuestra el principio del fin del bipartidismo? ¿Es ajena a esa decisión la próxima consulta soberanista de Cataluña?
Salvando las distancias, podemos constatar similitudes entre lo que estamos viviendo y nuestro pasado más próximo. Por referirme a un hecho no por conocido no menos trascendente, recordemos la España del inicio de los años 30 del pasado siglo. Desde finales del siglo XIX y principios del XX, el régimen de la Restauración había ido evidenciando sus limitaciones y carencias, con un desafecto creciente de la población. Los intentos regeneracionistas de la vida pública que intentaron llevar a cabo Silvela y Maura, desde los partidos liberal y conservador, respectivamente, no evitaron el evidente desgaste no sólo de esos partidos dinásticos que habían sostenido la monarquía de Alfonso XIII sino también de la propia institución. Como es sabido, la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, que se presentó a sí mismo como el continuador del regeneracionismo, fue un breve paréntesis que precedió al Pacto de San Sebastián, de 17 de agosto de 1930, que, a la postre, determinaría el fin de la monarquía. Una institución que se había apoyado en el Ejército para preservar su posición y cuya responsabilidad en escándalos tan sonados como el Desastre de Annual, en la guerra de Marruecos, quedó clara a partir de los trabajos del ´Informe Picasso´. Como es sabido, la comisión parlamentaria creada para investigar tal hecho suspendió sus trabajos a partir de la llegada de la dictadura primorriverista, por lo que ese Informe no llegó a ver la luz.
La España de hoy nos recuerda, en parte, a aquellos convulsos años. Para empezar, estamos inmersos en una crisis que, hoy se sabe ya, supera a la de 1929, pues es multifactorial, sistémica: crisis económica, social, política, ambiental, de valores... Como en los años 30, la monarquía ha ido cayendo en un evidente descrédito. Y, como en aquellos momentos, el monarca saliente –que ha basado su dudosa legitimidad en la decisión del dictador Franco- ha venido apoyándose y haciendo causa común con las élites dominantes. Y cuando la corrupción y el deterioro político del sistema de la Transición se han ido extendiendo por el país, Juan Carlos de Borbón no sólo no ha ejercido su labor mediadora para intentar enmendar la situación, sino que ha visto cómo la corrupción se incrustaba asimismo en el seno de la familia real.
Por ello, lo que hace unos años hubiera sido un atrevimiento, esto es, plantear la necesidad de un referéndum tendente a que el pueblo soberano elija la forma de Estado, hoy, habida cuenta del desprestigio en que está sumida esta institución medieval y anacrónica, no es sólo posible, sino necesario. Y aunque no estamos en un escenario como el del Pacto de Ostende, que puso fin a la monarquía de Isabel II en septiembre de 1868, ni ante el citado Pacto de San Sebastián de 1930, que supuso la llegada de la II República, creo que todo se andará.
Lo que ocurre es que los ´padres´ de la Constitución se preocuparon muy mucho de que una eventual reforma constitucional resultara, si no imposible, sí bastante difícil. El artículo 168 establece que cuando se propusiere la revisión total de la Constitución o una parcial que afecte a algunos apartados de la misma (entre ellos, el Título II, que regula las funciones de la Corona) «se procederá a la aprobación por mayoría de dos tercios de cada Cámara y a la disolución inmediata de las Cortes». Las nuevas Cortes elegidas tendrán como misión aprobar dicha modificación también por mayoría de dos tercios y convocar un referéndum para la ratificación de ese acuerdo.
Lejos de ese posible escenario, la Corona, en un intento de apuntalar la institución, se dispone a seguir apoyándose en los dos nuevos partidos ´dinásticos´, PP y PSOE. Pero es imposible acallar la voz de la calle. El pasado lunes día 2, tras conocerse la abdicación del monarca, las calles y plazas de España se llenaron de jóvenes (que no conocieron la Transición pero que saben que este régimen les ha condenado a un futuro incierto) y de no tan jóvenes. Con un claro mensaje rupturista destinado a los partidos inmovilistas de este régimen y con las miras puestas en la necesidad de iniciar un proceso neoconstituyente que devuelva el protagonismo y la soberanía real al pueblo, en el ambiente flotaba esta pregunta: ¿Por qué no la III República?

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