martes, 21 de enero de 2014

EL GAMONAL COMO PARADIGMA

http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2014/01/21/gamonal-paradigma/529379.html

En mi último artículo concluía que sigue estando pendiente, desde los tiempos de la Transición, una auténtica democracia participativa en las instituciones más próximas a la ciudadanía, los ayuntamientos. Mi apreciación, que fue una de las señas de identidad del movimiento vecinal allá por los años setenta y ochenta del pasado siglo, coincide con la expresada por la Confederación Estatal de Asociaciones Vecinales (CEAV), que, con ocasión de los sucesos acaecidos en el barrio burgalés de El Gamonal, aludía hace unos días precisamente a esa falta de participación social en los asuntos municipales como una de las causas del estallido de la protesta. Pero en los acontecimientos que han tenido y tienen como escenario la calle Vitoria de ese barrio burgalés hay otros factores que analizar. Vayamos por partes. 

En primer lugar, no es nada novedoso el recurso a criminalizar, de inmediato, las protestas con el fin de neutralizarlas. Es algo que históricamente viene repitiéndose desde siempre. El historiador británico, ya fallecido, Georges Rudé, desde su posición marxista, expone en su libro La multitud en la Historia cómo los revoltosos y perturbadores de la era preindustrial en Francia e Inglaterra eran tildados de banditti, 'desesperados', 'turba'... Incluso el muy revolucionario Robespierre se inclinaba a considerar a los revoltosos del hambre como 'agentes' de los ingleses y de la aristocracia. Para no irnos tan lejos, cuando se produjo en Madrid, en marzo de 1766, el Motín de Esquilache, que tenía como causa de fondo la liberalización del precio del trigo, lo que produjo la carestía del pan, y como motivo inmediato el decreto de este ministro napolitano de Carlos III que prohibía el uso de sombreros de ala ancha y de la capa española, las autoridades acusaron a los jesuitas de ser los inductores, lo que dio lugar a su expulsión de España y de los reinos hispánicos en 1767. Hoy, ciertos historiadores siguen atribuyendo a ese hecho histórico el carácter de movimiento popular espontáneo, pero con una motivación política evidente, en el contexto de la lucha por el poder entre dos facciones de la Corte. 

En los sucesos del barrio de El Gamonal, cómo no, las autoridades municipales se apresuraron a buscar inductores de la protesta. La calle Vitoria, según el primer edil de Burgos, se había poblado de provocadores antisistema de origen exógeno, afirmación desmentida inmediatamente por la realidad: la práctica totalidad de las personas detenidas eran del barrio. Más recientemente, se acusa a IU de estar detrás de las protestas. Lo extraño sería que no apoyase. Parece consustancial a un partido que se considera, sobre todo, movimiento político-social el combinar la práctica institucional con su presencia en la calle. 

En segundo lugar, otro recurso que viene siendo habitual en los últimos tiempos es el de la manipulación mediática. En este caso, protagonizada, sobre todo, por el Diario de Burgos, que descaradamente ha aireado los sucesos con portadas claramente tendenciosas destinadas a desnaturalizar el hastío ciudadano. Nada extraño en un medio informativo propiedad del cacique localAntonio M. Méndez Pozo, que es juez y parte. Su empresa es la adjudicataria de las obras del bulevar burgalés, a pesar de su turbio pasado, pues ingresó en prisión en 1994 con un condena de siete años por falsedad documental en el llamado 'caso de la construcción' de Burgos. 

En otro orden de cosas, en los hechos de El Gamonal, como en el caso del Motín de Esquilache antes citado, hay que buscar motivos inmediatos y causas de fondo. Está claro que la 'mecha' que hizo estallar el conflicto fue el empecinamiento del alcalde de Burgos, Javier Lacalle (PP), de seguir adelante con las obras sin contar con el vecindario. Pero, además, las protestas han exteriorizado el hastío de esos vecinos por una política de recortes sociales y cierre de escuelas y guarderías, cuando el Ayuntamiento está dispuesto a destinar ocho millones de euros a una obra no imprescindible. Y es que, además, la provincia de Burgos, sin llegar a los altos niveles que registra nuestra Región en lo relativo a paro, pobreza, etc., se sitúa muy por detrás de otras provincias de Castilla y León, como Valladolid, en bienestar social. 

Empero, hay aspectos positivos en esta protesta ciudadana, que aún continúa. Uno de ellos, la solidaridad del resto del país, en la calle y en las redes sociales. Sin desdeñar el alto grado de organización que exhibe esta asamblea vecinal de Gamonal, que impuso varias condiciones al alcalde para sentarse a negociar: libertad para las personas detenidas, la salida de la ciudad de las fuerzas antidisturbios y la paralización inmediata de las obras del bulevar. 

El Gamonal es, en definitiva, el ejemplo de cómo la movilización ciudadana puede reactivar un movimiento vecinal que debiera haberse constituido en un contrapeso al excesivo poder, sin control popular, de los cargos institucionales electos.

viernes, 17 de enero de 2014

MÁS DEMOCRACIA MUNICIPAL

Cuando, como en mi caso, ya se han consumido con creces los sesenta tacos del calendario, es inexcusable echar la vista atrás para recordar aciertos y errores pasados. Aciertos y errores se han dado, cómo no, en mi deambular por la participación política y social, que ha ido consumiendo etapas desde aquellos iniciales escarceos reivindicativos en la Universidad, allá por los años 70 del pasado siglo, hasta mi precoz participación, muy joven aún, en un movimiento asociativo vecinal incipiente, pero que mostraría su pujanza reivindicativa en los años inmediatamente anteriores y posteriores a la Transición democrática. 

En los inicios del año 1983, tras mi activa participación en las asociaciones de vecinos de la barriadas de Vista Alegre y del Polígono del Ensanche de Cartagena de la que fui presidente, con tan sólo treinta años fui elegido, en asamblea vecinal de los barrios de la ciudad y su término, presidente de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Cartagena y Comarca, la que luego denominaríamos Fernando Garrido. Contaba esa junta directiva con valiosas personas, con o sin adscripción partidista, y pronto entendimos que había que darle a esa Federación vecinal un potente sesgo reivindicativo. Eran los tiempos en los que la exigencia de una democracia participativa constituía una de las señas de identidad del movimiento ciudadano. Y así lo entendimos en la Federación: había que reclamar del ayuntamiento de Cartagena el reconocimiento de la Federación como interlocutora vecinal y más cuotas de participación popular directa, pues así lo reconocía el artículo 23 de la Constitución. Tras varias reuniones de la junta directiva de la Federación, una potente asamblea de sus barrios integrantes nos mandató para hacer acto de presencia en el pleno del Ayuntamiento de 22 de junio de 1983. Presidía la Corporación el socialista Juan Martínez Simón, que revalidó la mayoría que, en 1979, había llevado a la alcaldía al también socialista (ya fallecido) Enrique Escudero de Castro

A ese pleno acudimos no menos de cincuenta vecinos y vecinas representantes de distintos barrios de la ciudad. Le pedíamos al alcalde que suspendiera, por unos instantes, el desarrollo del mismo para exponer nuestras peticiones, que consistían, básicamente, en dar voz a los vecinos en las comisiones informativas y en los plenos, cuando la situación así lo requiriera, al tiempo que exigíamos el reconocimiento de la Federación como interlocutora válida ante el Ayuntamiento. La negativa del primer edil municipal condujo, pues, a un encierro vecinal, que duró hasta las cuatro de la mañana del siguiente día, y que tuvo el salón de plenos como escenario. Estaban presentes algunos vecinos que eran trabajadores de empresas como la antigua Bazán (hoy Navantia) y que aguantaron estoicamente allí, a pesar de que debían de comparecer a primeras horas de la mañana en su trabajo. Podíamos abandonar el encierro, pero no salir. Por eso, allí acudieron para aportarnos agua, refrescos y algunos bocadillos varios concejales de la oposición cantonal, socialista y comunista (omito sus nombres porque no quiero dejarme ninguno en el tintero). 

La prensa regional recogía, al día siguiente, con el titular «Tras el encierro, sigue la tensión», la noticia del mismo, con mis propias declaraciones y las del alcalde. Con la perspectiva que da el paso del tiempo, y tras releer esa noticia con detenimiento (conservo aún la página del periódico), constato lo que entonces, con la bisoñez de mis treinta años y, en consecuencia, con mi falta de experiencia política, me era imposible de captar: que aquella Transición, tantas veces idealizada, nacía con serias carencias democráticas. También en lo referente al ámbito local. Miren lo que afirmaba en la prensa el alcalde Martínez Simón, tras el encierro: «Nos vamos a reunir para establecer criterios y fijar prioridades [para los barrios] con absolutamente todos los presidentes de las asociaciones de vecinos, y supongo que allí estarán los de la Federación». Más adelante decía: «Las pautas que haya de seguir [el Ayuntamiento] se harán en el barrio, que es donde está el movimiento ciudadano, que, por cierto, es mucho más importante y está muy por encima de todos estos 'tiquismiquis' de reconocimiento o no de un Federación». Para terminar afirmando, entre otras cosas: «Esto me suena a intento de hacer política, y para eso están las elecciones y las urnas». 

Unos años después se produjo la desnaturalización del movimiento vecinal, el paso de muchos de sus cuadros dirigentes a la política y la consolidación de la falta de control popular de la acción municipal. Por ello, hoy, aquellas reivindicaciones vecinales están más vigentes que nunca. Cuando la crisis ha sido un pretexto para acabar con las conquistas sociales y democráticas, es tiempo de reivindicar, también en ese ámbito municipal, una necesaria revolución democrática. Un proceso instituyente, al decir de Manolo Monereo (*) que, a través de un movimiento político y social, conduzca a la plena recuperación de la soberanía popular. La que exigíamos aquellos jóvenes utópicos de los años 80.

(*) Monereo, Manolo. De la crisis a la revolución democrática. Ediciones El Viejo Topo, Barcelona, 2013.


domingo, 12 de enero de 2014

IU-VERDES DEL MUNICIPIO DE MURCIA CELEBRÓ, UN AÑO MÁS, UNA FIESTA DEL ROSCÓN REPUBLICANO MUY REIVINDICATIVA

El llamamiento a la necesidad de la conformación de un amplio bloque político-social de izquierdas para concurrir a las próximas elecciones al Parlamento Europeo y municipales y autonómicas,  junto a la alusión a la campaña por la dimisión del alcalde popular de Murcia, Miguel Ángel Cámara, destacaron entre los actos celebrados en la cafetería Ítaca de Murcia.



Diego Jiménez/Murcia.- Como viene siendo tradicional en los últimos años, IU-Verdes del Municipio de Murcia escogió la cafetería Ítaca de la capital para celebrar, el pasado domingo, 12 de enero,  el Roscón Republicano. Concebido, al decir de Esther Herguedas, concejala de esta formación política en el Ayuntamiento de Murcia, como una celebración en la que se da impulso al inicio del año político, la misma congregó, en esta ocasión, a más de un centenar de personas.

Abrió el acto Manoli Sevilla, directora del Grupo de Teatro Edmundo Chacour Ganem, que agradeció a IU que dicha agrupación teatral fuera un año más la invitada para esta celebración. A continuación, y tomando como referencia el libro del poeta Marcos Ana “Decidme cómo es un árbol”, dicho grupo teatral puso en escena unos fragmentos de dicho texto. Una actuación enmarcada en el homenaje que se quería tributar a este autor, que pasó más de un cuarto de siglo en las cárceles franquistas, así como a la militante Concha Carretero, compañera de celda de las ‘Trece Rosas’, recientemente fallecida.

Posteriormente, el recital poético a cargo de Juan Manuel -que, entre otros, recitó un soneto del poeta del poeta  Diego de Torres Villarroel (siglo XVIII), tremendamente actual por su contenido- precedió a la intervención de Esther Herguedas, concejala del Ayuntamiento de Murcia y responsable regional de Educación de IU-Verdes, quien incidió en su breve alocución en el impulso que esta formación de izquierdas está dando a la necesaria confluencia política y social para la conformación de un bloque popular para concurrir con fuerza a las próximas elecciones al Parlamento Europeo y a las municipales y autonómicas de 2015. Esther hizo alusión, así mismo, a la campaña que esta formación política está desarrollando en la capital de la Región tendente a la dimisión del alcalde de Murcia, Miguel Ángel Cámara.

Cerró el acto Paco Muñoz,  Coordinador de IU-Verdes del Municipio de Murcia, quien destacó, entre otras cosas, el crecimiento que está experimentado esta formación política por distintos barrios y pedanías de la capital.



(Fotos cedidas por cortesía de John David Babyack)

miércoles, 8 de enero de 2014

QUE NADA NOS ARREBATE LA ILUSIÓN

http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2013/12/31/arrebate-ilusion/524612.html?fb_action_ids=693743100638850&fb_action_types=og.recommends&fb_source=aggregation&fb_aggregation_id=288381481237582

Poco hay que festejar en una España en la que ha anidado la corrupción. Una España compungida y sumisa, cautiva por el recorte de derechos y libertades ciudadanas, y presa de la incertidumbre y la desesperanza tras la amputación del relativo bienestar de que gozábamos. No obstante, encaren la llegada del próximo año nuevo con empuje, con energías renovadas y con ganas de revertir la situación.


Con su negro mostacho y su voz grave y ronca, al grito monótono y estridente de «¡ha llegado el bollero!», aquel panadero anunciaba sus dulces. Alborozados con su llegada, los chiquillos del barrio nos acercábamos a su bicicleta, que portaba en su parte trasera un cajón con los bollos, roscos de anís y pasteles rellenos de cabello de ángel. «¡Ha llegado el bollero!». Han pasado cincuenta años y aquella letanía monocorde aún resuena en mis tímpanos. Evocadora de una niñez que se fue, irrepetible, preñada de situaciones vividas, no siempre gratas.
Como los persistentes sabañones, visitantes asiduos de mis manos y pies en los fríos días de invierno, compañeros inseparables de mis ratos de obligado estudio. Y los frecuentes episodios febriles, con esos sueños indescriptibles, sólo reproducidos con bastante fidelidad por quienes –artistas, escritores y cineastas– han buceado en el campo del surrealismo. En los ratos en que me abandonaba la somnolencia forzada por la enfermedad, me distraían las imágenes de las gentes que, al atravesar la calle, proyectaban sus sombras en las paredes de mi habitación. Ante esas imágenes, mi imaginación infantil, poseída por el delirio febril, creía estar viendo apariciones fantasmagóricas.
«¡Ha llegado el bollero!». Visitante todo el año, aquél se prodigaba más en los días que precedían a la Navidad. Entonces añadía a sus dulces de siempre los tradicionales cordiales, rollos de pascua y mantecados. Auténticos manjares para quienes sólo conocíamos las estrecheces propias de una época, no tan lejana, en la que la cartilla de racionamiento había condicionado, y mucho, la dieta de nuestros progenitores. Pero en aquellos días navideños esos mismos manjares se elaboraban en casa. Acude a mi mente, con sorprendente precisión, la forma de aquella artesa en la que mi madre, Ana, se esmeraba en elaborar la masa de los dulces que luego transportaba al horno de mi vecina Manuela.
Esperábamos la Navidad con ilusión. Fecha en la que, siquiera por unos días, las vituallas navideñas –entre las que no faltaba el guiso de pavo con pelotas, tan arraigado en nuestra tierra– suplían con creces las carencias de nuestra dieta. Nos alegraba también la Navidad la visita esporádica de algún que otro vecino pidiendo una copita de anís por el ´aguilando´. Época de ilusión en la que, por Reyes, nos era dado recibir regalos, largamente deseados y no siempre satisfechos. Como aquel tren eléctrico que nunca tuve en mis manos, pese a pedirlo con reiteración.
Eran otros tiempos. El paso de los años ha hecho que me aleje de aquella visión idílica de estas fechas del calendario. Además, los difíciles momentos que vivimos invitan poco al optimismo y la alegría. Porque poco hay que festejar cuando aquella Navidad, que me inocencia e ingenuidad infantiles lograron idealizar, se ha transmutado, sobre todo, en una fiesta consumista de la que han desaparecido las tradiciones ancestrales que la adornaban. Poco hay que festejar cuando, nada más abrir mi ventana, observo que los contenedores de basura reciben, cada vez con más frecuencia, la visita de personas que hurgan en ellos para buscar algo más que desechos reciclables. Cuando mi retina suple la figura de aquel bollero de mi infancia por la de personas que, también con sus bicicletas provistas de cajas, pero vacías, salen a la búsqueda de chatarra que les permita sobrevivir. Porque la pobreza, aquélla que marcó en parte nuestras vidas hace cuarenta o cincuenta años, ha regresado para quedarse otra vez, parece que por mucho tiempo. Poco hay que festejar en una España en la que ha anidado la corrupción.
Una España compungida y sumisa, cautiva por el recorte de derechos y libertades ciudadanas, y presa de la incertidumbre y la desesperanza tras la amputación del relativo bienestar de que gozábamos.
Hoy cerramos un año aciago. Los pronósticos dicen que, a corto plazo, poco o nada va a mejorar la situación. No obstante, encaren la llegada del próximo año nuevo con empuje, con energías renovadas y con ganas de revertir la situación. Deseémonos todos que nada ni nadie logren arrebatarnos la ilusión. La de nuestra infancia.