sábado, 27 de octubre de 2007

TEATRO DE CALIDAD Y ACTIVIDADES PARALELAS EN LA “VI MUESTRA DE TEATRO EDMUNDO CHACOUR”, CELEBRADA EN MURCIA.






Dos mesas redondas abordaron, respectivamente, el ‘universo’ de Macondo (“Cien años de soledad”) y la realidad social y cultural de Colombia, mientras que la compañía teatral “La Ferroviaria” puso en escena una excelente versión del “Círculo de tiza caucasiano”, de Bertold Brecht.


Diego Jiménez. Murcia, 26-10-2007.- En el Aulario de la Merced de la Universidad de Murcia (UMU), se celebró el pasado martes día 23 del presente una mesa redonda para analizar el contenido de Cien Años de de soledad, la magistral obra del Nóbel de Literatura Gabriel García Márquez, cuando se cumplen cuarenta años de la edición de esa extraordinaria novela.

Organizada por Manoli Sevilla, viuda del teatrero argentino Edmundo Chacour, fallecido en 2000, y que desarrolló sus últimos años de actividad teatral en Murcia, dicha mesa redonda se inscribe en los actos de la “VI Muestra de Teatro Edmundo Chacour”, de la que dimos cuenta en una información anterior, y que recuerda la dimensión pedagógica que siempre acompañó el quehacer de ese actor y director teatral.

Moderada por Paco Torres Monreal, catedrático de francés de la UMU, la mesa contó con la presencia de los escritores José Cantabella y Pascual García, el catedrático de Literatura Hispanoamericana de la UMU Vicente Cervera, y la escritora María José Sánchez.

Es difícil sintetizar, en unas líneas, la densa aportación de los ponentes sobre el contenido de la novela y sus referentes en la literatura contemporánea.

Abrió el turno el moderador de la mesa, Torres Monreal, quien definió Cien Años de Soledad como un libro universal, que no se lo puede apropiar Colombia como el Quijote tampoco puede considerarse sólo español.

Torres Monreal definió a Cien Años de Soledad como la mejor novela después de El Quijote, para pasar a quejarse del gran empobrecimiento de algo tan maravilloso como el lenguaje español, por razones varias, principalmente porque los grandes libros no comienzan a leerse en los momentos adecuados. “Los que leímos el Quijote en la escuela, recordamos aquellas clases con gran afecto, y hemos seguido leyendo El Quijote, no lo hemos aborrecido”, dijo. Para añadir: “Quizá la Educación está perdiendo de vista a los grandes maestros del lenguaje, los que nos enseñan a hablar y pensar”. Y, recordando a George Steiner, que denuncia este empobrecimiento del lenguaje, citó el dato de que Shakeaspeare empleaba no menos de 24.000 vocablos, cuando uno de los maestros de la literatura francesa, Racine, no pasa de 2.500, ejemplos que abonaron su tesis del abandono del conocimiento de la lengua, pues, ordinariamente, usamos unos 800 vocablos para comunicarnos en español. Tras esa exposición previa, el moderador dio la palabra a las personas integrantes de la mesa.

Abrió el turno de ponentes de la mesa José Cantabella, que calificó a Jorge Luis Borges como uno de los grandes narradores hispanoamericanos, al mismo nivel que García Márquez, para pasar, a continuación, a definir, sintéticamente la novela Cien años de soledad como un libro pleno de imaginación, en el contexto del realismo mágico. Cantabella considera que el universo de Macondo es un compendio de la Historia de toda la humanidad, en la medida en que toda la dimensión del ser humano aflora en las páginas de esta novela: guerras, amores, celos, etc.

Vicente Cervera mostró dos ediciones de la obra, la primera, la inicial, a la que le intentó hincar el diente aún muy joven, sin comprenderla, hasta que, aleccionado por su padre –que posee una notable biblioteca-, pudo abordarla más tarde. A la segunda edición, la que conmemora el 40 aniversario de la publicación de esa obra, la definió como muy completa, con varios apéndices documentales y ensayos sobre su contenido, por lo que la consideró muy recomendable.

Cervera dijo que, desde muy niño, quedó cautivo por la magia del propio título, pues, dijo “a un buen autor se le reconoce por su capacidad de titular sus novelas”, algo que viene dado por la tradición del autor mexicano Juan Rulfo, en quien indudablemente se inspira García Márquez. “Rulfo asegura que un buen autor debe saber titular y, así mismo, nombrar a los personajes de sus obras”. Finalmente, y para el debate, Cervera esbozó tres líneas de aproximación al análisis de esta obra: 1) Cien años de soledad tiene un ”epos” (una narrativa) desbordada y desbordante; 2) La novela contiene una insistente vinculación con El Quijote, algo que consideró una hipótesis personal, y no una tesis, y 3) en su contenido queda prefigurado el recuerdo, como un elemento que se yuxtapone continuamente con la realidad.

El escritor Pascual García ahondó también en su convicción personal de que Cien años de soledad podría equivaler, en el ámbito hispanoamericano, al Quijote en España, para pasar a calificar la novela con un término que no le gusta, “best seller”, al haberse vendido millones de ejemplares de la misma.

Discrepó, sin embargo, de que sea la mejor obra de la literatura hispanoamericana, pues ello supondría dejar fuera a autores de la talla del propio Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Cortázar, Alejo Carpentier…, pero admitió, sin embargo, que en García Márquez se advierte con claridad su dimensión de ‘gran fabulador’, gran contador de historias, para pasar a definir la novela analizada como una “propuesta de la condición humana”.

Y en clara alusión a la introducción del moderador, relativizó la importancia del uso abundante de vocablos variados en una obra literaria, pues, dijo “Franz Kafka usaba pocas palabras en sus novelas y, sin embargo, es uno de los autores admirados por el propio García Márquez”

Cerró el turno de intervenciones María José Sánchez, quien admitió que le costó leer la primera edición de la obra, allá por 1975, por la densidad de personajes que contiene, razón por la que su padre le recomendó confeccionar un árbol genealógico de la saga de Aureliano Buendía para facilitar la lectura de la misma. “Es una obra para leerla despacio, para saborear el lenguaje”, dijo, para añadir a continuación que “dada la densidad de los personajes, podrían darse muchas novelas particulares con cada uno de esos personajes”.

Definió la obra como un libro con muchos pasajes para sonreír, pero también descubre en el mismo otros hechos que la horrorizan. Para finalizar, María José quiso ensalzar la importancia de los personajes femeninos de Cien Años de Soledad, como los de Rebeca y, sobre todo, Úrsula, quien, en su opinión, está presente poderosamente en el relato, dando continuidad al mismo y erigiéndose en la auténtica protagonista de la novela. Otro de los rasgos presentes en la misma que quiso destacar es la alusión constante al hecho de la prostitución, omnipresente en la vida de los protagonistas, sin olvidar las relaciones incestuosas que se prodigan entre éstos.

Al finalizar la exposición de las personas de la mesa, se abrió un turno de palabras y debate en el que éstas ahondaron en más aspectos de la obra, mientras que un ciudadano de origen peruano fue el encargado de dar lectura a los pasajes inicial y final de la novela.

La organizadora Manoli Sevilla dio a conocer su intención de llevar algunas de las escenas de la novela analizada al teatro, reconociendo la imposibilidad de abordar teatralmente todo su contenido. Manoli recibió el apoyo, para tan ardua empresa, del catedrático Vicente Cervera.

EL JUEVES 25, OTRA MESA REDONDA: “SOCIEDAD Y TEATRO EN COLOMBIA”

Moderada por Diego Jiménez, en el Aulario de la Merced de la Universidad de Murcia intervinieron Pedro Marset, Osvaldo Chazarreta y Karen Matute.

La rica actividad cultural de ese país caribeño fue analizada por las personas ponentes. Pedro Marset, catedrático de Historia de la Medicina en la Universidad de Murcia y, en su calidad de ex diputado del parlamento europeo, vicepresidente primero de la Comisión del Parlamento Europeo con América Latina, expresó su convicción de que, huyendo de fundamentalismos sobre la supuesta maldad de colonizadores sobre la población indígena en el continente latinoamericano, en relación con este asunto se dio un reparto de papeles según las experiencias históricas del momento.

Pedro recordó su entrada en la militancia activa en el PCE en 1967, año del asesinato del Che Guevara y el de la publicación de Cien años de soledad, cuya lectura le acercó a la visión de un mundo complejo.

Recordó la “doctrina Monroe” (1823) y su corolario en América Latina, la “doctrina Rossevelt”, que justificaron la exclusividad de la presencia de los EE UU en el continente americano, para pasar a calificar de similar la conducta europea en Latinoamérica respecto de la practicada por Estados Unidos (EE UU) hasta la fecha. Marset ve en Colombia un país con una gran riqueza literaria y cultural, y con grandes condiciones para superar la férula de EE UU. Y en relación con la guerrilla de las FARC, Marset (que en su día se entrevistó con su jefe, Santiago Marulanda “Tirofijo”) afirmó que, analizados los diez puntos de la misma para una salida dialogada a la situación de guerra civil encubierta que vive Colombia, ve una similitud absoluta de esos puntos con cualquier propuesta democrática que pudiera darse en Europa.

La directora teatral hondureña Karen Matute, que desarrolla hoy su actividad en Murcia, donde es profesora en la Escuela de Arte Dramático y Danza, expuso su trabajo en Colombia, país en el que los actores y actrices, presionados por la policía a consecuencia de su trabajo, se organizaron en la Corporación Colombiana de Teatro. Karen aportó el dato dramático del peligro en que desempeñan su función los cómicos en aquel país caribeño, hasta el extremo de que Patricia Ariza, con la que trabajó, y que es, además de actriz y directora teatral, parlamentaria, ha de realizar su trabajo con chaleco antibalas, y a los directores Santiago García y Enrique Buenaventura les ponen bombas en sus apartamentos. “De las obras de teatro, si pudiéramos exprimirlas, saldría el color rojo de la sangre”, dijo. La actividad teatral de Colombia tiene, pues, un fuerte trasfondo político-reivindicativo, incluso por la libertad de creación. “En teatro escribimos política; los artistas en Colombia somos beligerantes”, espetó Karen Matute, quien añadió que, a partir de 1979 y en toda la década de los ’90, la rica actividad teatral de aquel país se mueve en los parámetros de una metodología para la creación colectiva, algo consustancial no sólo a los artistas, sino que ha impregnado a toda la sociedad colombiana. Sociedad que ha interiorizado, por desgracia, la violencia como un hecho cotidiano. “La presión de EE UU ha creado en América Latina violencia y delincuencia, como un problema emergente que se da para no llamar la atención sobre la explotación general que aquella superpotencia genera en el país. Indignante”, denunció Karen.

Habló del paso de “Gabo” (Gabriel García Márquez) por su “taller” teatral, donde colaboró con ellas [en relación a Patricia Ariza y ella misma] intentado adaptar pasajes de Cien años de soledad, lo que les llevó a constatar la dificultad de la empresa.

Karen calificó la actividad teatral de aquel país como un proceso de creación colectiva, con amplia participación, recurso que se adapta realmente a las necesidades de la sociedad colombiana. Los grupos teatrales de aquel país aspiran, además, a gestionar sus propios locales, algo que es posible, dijo, en virtud de la Ley de Dominio Pleno, que permite ocupar locales en los que se demuestre que no ha habido ocupación humana en ocho o diez años.

El director teatral argentino Osvaldo Chazarreta no pudo reprimir, en su intervención, el pesimismo que le invade por la situación que está atravesando la otrora rica Argentina. Nació con el peronismo en un hospital público de Buenos Aires, según dijo, por error, pues en su distrito no había ni siquiera asistencia sanitaria, para, en su línea argumental bastante escéptica, calificar de que “marchan a peor” los procesos políticos en América Latina. “La muerte en Colombia es un hecho cotidiano; la izquierda termina haciendo políticas de derecha. Es el sistema”, dijo, para añadir, además, que en América Latina “está vetado el desarrollo de la imaginación”.

Como ejemplo expuso cómo en Colombia, que busca dotarse de una ley estatal de teatro, el texto aprobado en su día por diputados y senadores, fue vetado por el presidente Uribe, aunque cree que, a la larga, esa ley saldrá adelante.

“El teatro ha de reformularse constantemente”, dijo, algo que ocurre en Argentina, donde no hay grupos que tengan 30 ó 40 años de antigüedad. Chazarreta expresó su convicción de que el teatro hace mejor a la gente, aunque, para ser creíble, ha de partir de determinadas ideas políticas, siempre que no sean las peronistas, ideario que es plenamente rechazado por este hombre profundamente de izquierdas.

Terminada la exposición de las personas de la mesa, se dio paso a un animado coloquio.

TEATRO DE CALIDAD EL VIERNES

Ocho jóvenes entusiastas murcianos y tres músicos integran la compañía teatral “La Ferroviaria”. El pasado viernes, y bajo la dirección de Paco Maciá, pusieron en escena en el Auditorio de la pedanía murciana de Beniaján la obra de Bertold Brecht “El círculo de tiza caucasiano”, obra que despertó el interés de los vecinos y vecinas de esa pedanía, por lo que la sala se encontraba repleta de público, ávido de conocer la versión teatral de ese clásico texto.

Los actores, haciendo uso de un fuerte dramatismo expresivo, en el que no falta una adecuada preparación física, deleitaron al auditorio, en una obra en la que la música es un elemento más complementario del drama, y en la que no faltan elementos cómicos que hicieron las delicias del público allí congregado.

La magia del teatro, pues, impregnó el ambiente de esta plácida pedanía de la costera Sur de Murcia, lo que compensa la ausencia de temporada teatral en una ciudad como Murcia, que supera los 400 mil habitantes pero que, por mor de las obras de rehabilitación del Teatro Romea y pendiente la inauguración de una nueva sala teatral, el rehabilitado Teatro Circo, se ha quedado todo un año sin ver espectáculos de teatro. Una pena.

El ciclo teatral que viene organizando año tras año Manoli Sevilla, a siete años de la muerte de Edmundo Chacour, es todo un alegato reivindicativo de la sempiterna validez del teatro como elemento cultural de primer orden, al tiempo que supone, a mi parecer, una llamada de atención a las autoridades locales y regionales sobre el nulo interés que despierta la programación cultural en la agenda política de éstas.